El día 9 de octubre de 2004, fiesta de san
Román Martínez y san Manuel Seco, Hermanos de las Escuelas Cristianas, las
reliquias de estos mártires de la revolución de Asturias, custodiadas en la
parroquia del Santísimo Cristo desde el año 2001, fueron trasladadas a la S.
l.
Catedral por el párroco y Hermanos de las Escuelas Cristianas y entregadas al
Sr. Obispo.
Ante ellas se celebró una solemne eucaristía y a su
término se depositaron en el retablo que se construyó en la capilla martirial, para su custodia
y veneración.
Ofrecemos la transcripción de la homilía del entonces Sr. Obispo de Santander D. José Vilaplana:
Ofrecemos la transcripción de la homilía del entonces Sr. Obispo de Santander D. José Vilaplana:
Mis queridos hermanos sacerdotes, queridos Hermanos
de las Escuelas Cristianas y antiguos alumnos de La Salle, querida familia de
los santos Román y Manuel, queridos profesores de religión, queridos hermanos y
hermanas todos:
Como el leproso que se echó a los pies de Jesús para
darle gracias, siento yo esta tarde la necesidad de ponerme así, ante el Señor,
con toda nuestra Iglesia Diocesana, para agradecerle el regalo de estos dos
santos, hijos de esta Iglesia. Si todo el Año Diocesano tiene como principal
objetivo que demos gracias a Dios por nuestra fe, por pertenecer a la Iglesia,
por haber conocido el amor de Dios y haberlo experimentado cada día en la
historia concreta que nos toca vivir, no cabe duda que hoy, dentro de este Año,
la celebración del martirio de san Román y de san Manuel constituye para
nosotros, juntamente con las lecturas de este domingo, un motivo para la acción
de gracias intensa y continuada.
La fiesta de los mártires y el domingo se han
encontrado en este atardecer. El domingo para recordar, celebrar, lo que nos
decía Pablo: haz memoria de Jesucristo resucitado. Todos los domingos hacemos
memoria del Señor resucitado, fundamento de nuestra Iglesia, cuya presencia nos
alienta, nos ilumina, y nos alimenta. Y en
esta misma carta, y en esta memoria del Señor resucitado, se dice que si
morimos con El, viviremos con El.
Como hemos recordado al comienzo de esta
celebración, hace hoy exactamente setenta años un grupo de Hermanos de la Salle
daba la vida por Cristo. Entre ellos san Román, que fue bautizado en la
parroquia de san Francisco, muy cerca de nosotros, y san
Manuel, que fue bautizado en Celada Marlantes. Veinticuatro y veintidós años,
plena juventud. Profesores entusiastas, llenos de capacidad, de apertura, de servicio
y de entrega a sus alumnos.
De san Manuel Seco tenernos una carta dirigida a su
hermano, que todavía vive, fue el que hace unos años tuvo el gesto tan hermoso
de entregarnos la reliquia de su propio hermano con la de san Román. El Hermano
san Manuel en esa carta le decía a su hermano: "No te puedes imaginar el
gozo que siento por poder enseñar el catecismo a los niños, que son tan amados
por Jesús y María".
Y san
Román, en la madrugada en que fueron martirizados, cuando quienes les iban a matar les
preguntaron "¿saben ustedes a dónde van?", en medio del silencio del
grupo, él levantando la voz dijo: "Adonde ustedes quieran, estarnos
preparados para todo". ¿No resuena en esta respuesta la voz de los mismos
apóstoles? ¿La voz de los testigos de la fe, que han sabido darlo todo por Cristo
y por su Evangelio?
Providencialmente nuestra
Diócesis, en este Año Diocesano y Mariano reconoce con agradecimiento que en
sus raíces hay dos mártires, san Emeterio y san Celedonio y hoy podernos ver que en el
florecimiento y el crecimiento de la Diócesis, los dos frutos más preciosos,
los dos hijos que primero han sido canonizados, son
precisamente estos dos jóvenes mártires que entregaron su vida por
Cristo en la educación de las nuevas generaciones. Cuánto ánimo debe darnos
esta fiesta a todos nosotros.
Hemos querido celebrarla con particular solemnidad,
porque este año la Iglesia quiere dar gracias por todo lo que somos, y entre
los dones preciosos el Señor nos ha bendecido con estos dos mártires; por eso
hemos pensado que era importante dedicarles un altar en la Catedral. En la
iglesia baja estarán las reliquias de san Emeterio y san Celedonio, recordando
los cimientos. Aquí, en la Catedral, muy cerca de la puerta, estarán las reliquias
de san Román y de san Manuel, recordando los frutos que ellos dieron y que
nosotros tenernos que continuar dando a través del testimonio de nuestra
vida.
El altar estará forrado de madera de olivo. Las
reliquias quedarán empotradas con unos cristales que llevarán esculpidos sus
rostros, pero hoy no está terminado. Sin embargo, sí hay cuatro pinturas que
formarán parte de ese retablo. Son de Teresa Peña, una pintora que habéis
conocido mucho estos últimos meses por la exposición que se hizo en el claustro,
pero quizás no sabéis que esta pintora nació un año después de
su martirio, y ha muerto después de que ellos han sido canonizados. Es, diríamos, una
contemporánea de los santos la que ha plasmado la Pasión de Cristo en cuatro
láminas que nos recordarán siempre que si morimos con El viviremos con El.
Esos cuadros serán
siempre, junto a las reliquias de los mártires, esa llamada a identificarnos con
Cristo como ellos se identificaron. Porque la Iglesia valora siempre a los
mártires, no sólo porque han sabido vivir como Cristo, sino porque el Señor les
ha concedido la gracia de morir como El, amando y perdonando, sabiendo dar la
vida a favor de los demás.
Queridos amigos, me falta subrayar un aspecto que,
en la contemplación de estas dos reliquias, me ha sugerido siempre una pequeña
reflexión que os dedico, especialmente a los profesores de religión. Cuando
solicitamos una reliquia insigne a los Hermanos de la Salle ellos tuvieron la
delicadeza de darnos el hueso del brazo de cada uno de ellos. Uno de los huesos
del brazo. El brazo del profesor dibujando y enseñando en la pizarra, el brazo
del profesor señalando hacia el cielo para que el alumno crezca, ese brazo
orientador del testigo de la fe que señala a Jesucristo. Que éste sea el
proyecto de nuestra vida, queridos hermanos y hermanas.
Nuestra época está necesitada de Evangelio. La Buena
noticia del amor de Dios ha de llegar a nuestros niños y a nuestros jóvenes,
para que les llene el corazón de esa alegría que nadie ni nada les podrá
quitar, para que la semilla del Evangelio en el corazón de las nuevas
generaciones, desarrolle lo mejor de ellas mismas. Es una tarea difícil, pero
apasionante. Es una tarea que a todos nos estimula a formar parte de ella:
padres, abuelos, educadores, religiosos, sacerdotes, familias, todos. Nadie
puede quedar al margen de la evangelización. Pero todos convencidos que no
habrá evangelización sin un testimonio firme y coherente de nuestra vida
cristiana. No habrá nueva evangelización si no se nota que
nuestros corazones guardan como el mejor tesoro la perla preciosa del
evangelio, la persona misma de Jesús a quien
amamos, a quien intentamos seguir, a quien queremos anunciar para que en El
todos encuentren la vida.
Que la intercesión de san Román
y san Manuel nos acompañen en este compromiso. Que así sea.